domingo, 16 de marzo de 2003

Acentos de una Soledad

Devotamente, esta es una oración del Hombre de Corrientes y Esmeralda.
Has vuelto sin llegar. Ignoro el camino en que te buscaron mis noches y la desesperada intensidad de luz que mis ojos disiparon. Pero se que mi suplica no amansará tu silencio ni descubrirá la soleada latitud en que resides.
Envías el sonido de fonógrafos lejanos, la invitación estridente de los barcos que parten, el cariñoso perfume de las estaciones en flor, y sobre un paisaje invisible te trasladas siempre a mí.
Tu espejismo abrevia las perspectivas dilatadas, tu presentimiento apocopa las distancias sin fatiga y en tu esperanza reposan los cansancios.
Vives a mi lado, como la sombra, y como la sombra te escurres, permaneciendo.
Lo por decir enmudece en mis labios y en chisporroteos de leña, en rumores de calle presta al sueño en la sonochada o en quejosas voces de viento hallo más legítimo acento de mi soledad que en mi propia voz.
De ausencias soy. Ladrillo sobre ladrillo, para uno cualquiera un albañil edificó esta casa. Para uno cualquiera se escribió este libro. Soy más uno cualquiera que yo mismo.
De ajeno en tu espera vivo. Comprenden lo que en lenguaje comprensible hablo, pero no la emoción que se detiene en el imperceptible estremecimiento de mi mano.
Sembrador sin sembradío, mis palabras se acomodan en cualquier mañana o se quedan sin sentido en el umbral de un zaguán, apabulladas por mi reflexión. “Tu también te iras soñadora, soñando” o “Una noche de tristeza empaña su alegría”. Soy un niño que no puedo serlo. Soy un indigente sembrador sin sembradío.
Un lejano despunte de anochecer de juventud e incomprendidas frases de fervor te dieron voz e imagen y el hechizo no se repitió.
¡Cuántas cosas que no hubiera hecho hice al buscarte! ¡Cuántos ojos miré, creyendo que eran los tuyos! ¡Cuántos labios bese, creyendo que eran tus labios! ¡Cuánta palabra innecesaria dije, creyendo que tú me oías!
Una imagen destruida se aviva en la espera y es origen de otra imagen. Hay un horizonte para cada desesperación. Más de lo que hice, ¿qué haré? ¿No lloré, no reí, no canté, por si tú entendías mi llanto, mi risa o mi canto?
Esta primavera será, me decía en cada una, y las primaveras pasaron desmenuzando ilusiones. Este otoño, y los otoños fracasaron. ¡Ya no se los años de mi edad!
El cadáver de mis empeños fecundiza el pavimento estéril de las calles, y en cada pena ha de nacer un júbilo ajeno y venidero.En ellos revivirán mis sueños.
Raúl Sacalabrini Ortiz
El hombre que está solo y espera.