La frontera
La persecución se inició con el disparo lubricado del percutor colisionando sobre la cápsula llena de pólvora. Sin ningún interés en contenerse, presiona sobre el plomo que comienza un viaje desaforado en busca de algo o alguien a quién perforar. Sinuoso viaje frenético que terminará su estela criminal sobre la cabeza, pecho, brazo o pierna del negro o Martínez o Juan, Aníbal, Darío, Teresa, Víctor, Maximiliano o el Fabián de la favela, pelado de once, Laura de villa 31...Sacó un arma y empezó a disparar, se escucha en la radio el relato de un periodista de esos objetivos que andan por ahí, relatando crónicas deformes de la realidad. “Excesos” policiales sin nexo con el contexto que lo genera, un “exceso” no tiene relación con otro, son tan sólo relatos aislados, fragmentados. La judicialización de la protesta social, la criminalización de la pobreza y el asesinato o apriete a aquellos que intentan dar cuenta de esas realidades no tiene nexo para los mass media. Mientras, por diferentes tugurios de las afueras, del costado, de la frontera reina la barbarie de la barbarie que genera la “civilización”. Antes se colonizaba lo extranjero, ahora se lo combate porque invade lo colonizado.Lo extranjero, lo salvaje, lo repelentemente negro de toda negrura invade de mil maneras los sentidos pacatos y recatados de la media argentina para arriba. Te pide una moneda, te corta la calle, te limpia el vidrio, te pone un puestito en la vereda enfrente al negocio, te pone un chumbo en la sien, se ríe, baila cumbia, sale en crónica.Las cárceles de Argentina y del continente están repletas de ellos. Están al borde del country, debajo de las autopistas, enfrente de las terminales de ómnibus, por todos lados, huelen mal, hablan peor.Para ellos no hay recicle posible, son la escoria, la nueva invasión, un malón desaliñado que no espera y no pregunta. Fluye, por corrientes continuas y discontinuas, marea humana en ebullición.
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