miércoles, 10 de marzo de 2004

Recupero de plusvalía

La luna está llena y a tiro del techo. Sobre el balcón hay una losa de cemento que sostiene el tanque de agua. Saco la escalera del cuarto de B y la poso sobre el descanso que termina en este departamento. Subo. La losa mira al este. La salida de la luna es perfecta. Algunos vecinos pasan abajo; sobre la tierra, pero estoy demasiado alto para interesarme por eso. La luna llena alumbra de azul. Las letras azules (del libro) no se ven en este acantilado de cemento. Lástima la ausencia de olas, sólo autos. Góndolas veloces en esta ciudad que respira humedad y a cada palpitación arroja una gota de sudor por la frente y las axilas. Ellas se deslizan hasta ser atrapadas por una mano que las seca en el pantalón.
Llegan V, luego P, los invito a mi cornisa. P viene mal, oprimido, exprimido, cansado de la explotación de la maratón de ser el bachero de fiestas bien de la clase media alta. De ser el exprimido de tipos cocainómanos que prestan plata durante la semana y organizan fiestas explotando pibes que tienen que llegar a pagar el alquiler o la pensión.
P nos cuenta su última jornada. Lo imagino (mientras descarga) escuchar los sermones en su minuto de gloria del cocainómano usurero. “Triunfen como yo”, nos cuenta que les dice duro y feliz de su “triunfo”, triunfo con olor a tipos desesperados porque no pueden comprar un televisor o electrodomésticos a su familia y sacan un crédito personal para poder hacer que su hijo pertenezca a la sociedad. Esa noche un compañero cuarentón le propuso, relojeando para no ser visto, achicar la plusvalía. Así, un Barón B fue descorchado por los exprimidos .
Lo escucho y pienso como gira este mundo explotando a un amigo, un hermano. Me revienta no poder disfrutar con él de este abismo, esta luna y ese avión que pasa. Le doy un faso, le comento que C se fuma uno, cuando vuelve de las 10 horas de feria (si contamos el subte o los dos bondis), donde le ve la cara a toda esa gente sin vida. Los ve en el subte, en la calle. Para colmo, los turistas de los países imperialistas le regatean el precio de las artesanías, todo porque en sus fabulosas guías dice que en argentina las artesanías se regatean. —¡Y la concha tu madre!— se dice tranquilo el C para él. Mientras, le contesta con cara de nada al turista imperialista - los precios no se bajan porque son para financiar la causa palestina. El turista abre los ojos grandes y pega la vuelta, ahora indignado pero miedoso. Quizá piense en atentados sangrientos, que no son necesariamente lo que buscamos como revolución. Que no se equivoque ese israelí, o el visitante español de sus ex colonias, o el yankee gordo de la grasa que le mete mac donall´s en el mac combo desayuno, almuerzo, cena de comida artificial, transgénica y cancerígena. No, no se equivoquen, queremos (y acá hablo de mis compañeros, amigos, hermanos y yo) que el mundo explote por abajo, no por arriba como lo hacen explotar esos excéntricos petroleros entrenados por la CIA para generar la convulsión necesaria para seguir justificándose como potencia imperial.
Iremos lento, tomaremos un Barón B, robaremos en los supermercados colonialistas, en las editoriales o la feria del libro, llenaremos un hélix con un rotella y lo venderemos a 10 cuando vale 6. Entonces, ese domingo de embole de 16 horas perdidas en una estación de servicios se justificará por la plusvalía recuperada. Le tomaremos la caña de durazno al dueño del vivero y le robaremos césped dichondra para poner en el patio de la abuela. Nos pasaremos los rolitos por las bolas en una navidad de 24 horas sacando bolsas de 15 kilos de hielo de la planta refrigeradora para volcarlos sobre una tolva y fraccionarlos en bolsitas de 4 kilos que pesan tres, haciendo bolsas de más para venderlas y no asentarlas porque no existen y si no existen son nuestras. Dejamos acá porque la casa se empieza a llenar de cumpas y amigos entrañables que vienen a conmemorar el natalicio 30 del más romántico y caballero Wilde que el siglo XXI osó en tener (al menos en sus inicios). Hasta nuevo contacto. Cambio y fuera.

martes, 2 de marzo de 2004

Pogo


Como cuesta armar un foul
Patricio Rey y sus redonditos de ricota

Hay cosas que no se dicen se insinúan, palabras que se exhalan y en su entonación prefiguran otro significado, entonces pogo. Sí pogo. El diccionario nada nos dice de esa palabra, sólo la experiencia de los cuerpos bañados en sudor aprisionados en una marea humana atraída por ese polo magnético de salto, de danza, de aguante, que vaya uno a saber donde nos va a arrojar, ese es el único registro posible para abordarlo.

El lugar de a poco se empieza a llenar. El estadio durante la tarde, con las bandas viajando en combis, bondis, autos, en tren, a dedo. Por la ruta pasan los grupos con sus banderas colgando, el ortiva del chofer no nos deja poner los cassettes de la banda, 800 kms, esperando sin escucharlos sólo repasando las canciones mentalmente. Pero se llega, siempre se llega. Gente de todos lados, chabones, flacos, chaboncitas, todos para sacudir los cuerpos en ese objetivo común de goce, de perderse nutriendo ese cuerpo colectivo, único de potencia, de planetas, de cosmos gravitatorio.

También esta el lugar antro de esa banda que hace mucho querías ver y escuchar pero recién ahora se presenta en tu ciudad en ese lugar, ese teatro o también aquella, que toca en momentos convulsivos de determinadas coyunturas político sociales. A esas llegan pocos, esos que ves en las marchas y algunos más. No importa a todas le haces un culto, una ritualidad de canciones y pogos.

Las manos nos dan cuenta de la opresión, las pelotas dicen de la alienación, divididos nos cuentan sobre las casitas inundadas, los redondos llaman a su último recital (2001) en medio de piquetes con la consigna de hacer una nueva revolución francesa pero claro ellos no pueden darnos más que un par de promesas, sólo ticks de la revolución, un par de sienes ardientes tan sólo eso, el resto queda para nosotros, ellos hacen el himno y nosotros tiramos piedras en diciembre y nos indignamos ante la muerte, pateamos un gas lacrimógeno que da justito en la formación de la cana. Empiezan las piedras, tomen hijos de puta, un cuarto de ladrillo da en las sirenas del carro, se rompen, explotan. Todo un símbolo y seguimos, ya todo se mezcla con el gas no sabes si estas en un recital de colado o en un marcha desbandada. No importa la música pega todo.

Pero todo se termina en ese tema medio sampleado de las bandas que haría carajear a más de un ortodoxo del rock, suena bajo, suave, recién volvés y no me ves y la aplanadora del rock aplana en un acústico, insólito, quise estar contra todos, pero tanto anteojo hace de esto sólo eso que no puede explicarse. Che de cafetín.

Llega el momento esperado por horas. Un calentamiento del ambiente preanuncia lo que viene. Las hinchadas hacen su juramento a la banda. La masa cantando que la banda es un sentimiento no se explica, se lleva bien adentro, que soy charly / redondo /las pelotas / divididos / las manos hasta que me muera. Los plomos se corren. El telón, en el caso de los teatros se corre. La banda sale, empieza con un rock and roll furioso. Enloquecemos, nos desquiciamos y vamos al centro, a girar, gravitar, explotar con ese tema y los otros. Enjambre dislocado, sismo enfurecido. Perderse en un objetivo común de goce. Los fragmentos se diseminan y se juntan.

Mucha tropa riendo en las calles (...) nuestro amo juega al esclavo en esta tierra que es una herida que se abre todos los días a pura muerte a todo gramo Violencia es mentir nos dicen, con sus formidables guerreros en jeep los titanes del orden viril que se mueran y juramos que si hace falta hundir la nariz en el plato lo vamos a hacer por los tipos que huelen a tigres tan soberbios y despiadados, muéranse abominables formas reptantes.

El pogo es en ese recital de charly de 120 000 personas o el más grande del mundo un domingo de 2000 en este film velado en blanca noche, bailando Ji – ji – ji, una noche de cristal que se hace añicos, que nos hacemos añicos. Esos chicos, nosotros, somos como bombas pequeñitas, explotamos. Todo termina en ese tema. Ahora vendrá encontrar los amigos perdidos en la gravitación dislocada y nos vamos, transpirados, hechos sopa, con un aullido en los oídos, como cuando te duele la pija de tanto coger.