domingo, 30 de mayo de 2004

bue buenos aires urbano electrónico

Poco a poco voy abandonando la gran ciudad. Su inabarcable geografía de moles gigantes y arquitecturas disímiles de tiempo, aún no terminan. Camino con miles de pensamientos al mismo tiempo que no logro asir, sólo pasan, se juntan, giran, se chocan. Mientras, una música resuena en mi cabeza, conjunción de las melodías de la jornada que precedió mi despertar en el living de Cuca y Sole.

Mi mirada escruta los rostros en el tren, gente adornando los vagones en sus caras de nada alienante, muertos vivos en esa ciudad que destella una pirámide social inclemente.

He vuelto. Estoy en mi teclado dos días después, sumergido en este día gris consumiéndose en rutinas húmedas que esperan agazapadas en la neblina. O, quizás este esperando el tren, que me dejará en el bondi responsable de devolverme a mi hábitat. Esta oscuro, ya es de noche, a 100 metros alguien también espera. Una sensación extraña me consume, otra dimensión paralela por la que transito, me digo. Miro por la ventanilla del tren, la ciudad pasa, los edificios, las plazas, un hipódromo, un recuerdo vago del día anterior: esperamos en la cola, estamos ansiosos. Antes había llegado a la casa de Cuca y Sole, brindábamos un buen vino con los presentes y salíamos.

Un subte de sábado por la tarde nos arrojaba en la última estación de la línea B. Felices, caminamos hasta el predio y por los alrededores hasta hallar la cola, esperamos.

La espera no es larga, somos de los primeros. Los patovicas nos palpan, nos hacen dejar la botella de agua (12 horas más tarde la recuperaremos a la salida). Entramos, todo está empezando, son las 16:20. El día posee una luminosidad mortecina, poco a poco mutará con los diferentes artilugios musicales de cada carpa. La memoria recuerda el principio, luego no habrá linealidad. Un conglomerado borroso de meras yuxtaposiciones temporales se irá conjugando a partir de detalles sensitivos.

Vemos una banda que le cayo en desgracia abrir el escenario exterior en la cancha de rugby. La escuchamos pero la atmósfera aún no es. Caminamos a otra tienda, el mundo gancia nos invade con sofisticaciones. Celulares se llenan de mensajes, fotos y llamadas para encontrarse o comentar lo que se esta por vivir. Mientras, en otra carpa, la destinada a la marginación se me ocurre, una banda de rap ausente en el programa canta contra el evento, el sistema y los plomos que amenazan cortarle el sonido si no paran. A la banda le falta, pero nos mueve por primera vez y la jornada empieza a tomar color, se van y nosotros también. Una duda se consume con un negro, ¿como habrán hecho estos chabones para tocar en semejante mega evento y burlar la organización? ¿Será un artilugio más para dejar conformes a inocentes rebeldes como el que escribe?, no se. Todo gira en un dancing desahuciado, fluye en un giro gravitatorio alrededor de carpas y escenario. Empezamos a llegar al final de todas las bandas, pero son buenos finales y no nos importa. La música nos invade por todas partes, giramos, nos reímos. La noche ya es, se tangibliliza. Un rato antes, cuando el día aún hacía fuerza por no caer en un cenit oeste de naranja y rosa, reposábamos en las blancas colchonetas de la isla.

Mientras camino contemplo al evento. El exponente más alto del capitalismo a nivel cultural. El consumismo a la enésima potencia de estos pibes de clase media para arriba con sus cámaras digitales y celulares no dejándolos percibir la música. Cuca me habla, me dice algo similar que no logro recordar. Juan hace lo propio pero en un tono más sarcástico. Pienso que estas fiestas en Europa, su lugar de origen deben ser diferentes. Acá tiene el sabor de lo que viene y es apropiado por las elites culturales(1), en cambio en Europa pagar 20 euros por una fiesta es algo más accesible. Pero aquí los niños patricios se florean entre la multitud que utilizo mil estratagemas para poder acceder, tres pagos con tarjeta de crédito prestada, mangazo a compañeros de laburo para el cash, amigos bancando el combo a consumir, novia con el pasaje. Formas comunes de sobrevivir de la media empobrecida que no se resigna sólo a respirar. Pero los pensamientos que van a velocidades descomunales de repente nos frenan. Son las 19:45, vamos al centro del mundo, la isla. Cerati tocará pronto y se va a llenar, llegamos y al rato la gente desborda la carpa del acartonado mundo gancia, la seguridad con su exceso de pastillas está nerviosa. Una turba quedo afuera, algo puede pasar. Me voy a sentar a un costado sobre la carpa, el cuerpo pide un descanso, un intermedio entre tanto baile. Me siento, de pronto la carpa se mueve del otro lado, me corro a una columna y la turba invade. Hace un rato decíamos de mirar en formato film y ahí me regocijo con la mejor toma: brazos levantan la lona, pasan pies, uno, dos, una multitud de piernas. Extremaduras de cuerpos listos para un nuevo baile. La seguridad aumenta, me paro, no vaya a ser que me saquen. A lo lejos diviso a Juan, Matías, Cuca y Sole. Pero quiero quedarme, me siento incomodo con el cuerpo (debió ser el viaje sentado en cualquier lado con mi chica comentabamos el lunes por la noche). El cuerpo poco a poco se asienta, se amigan los huesos con vértebras y músculos. Cuca me divisa, me llama, voy, me hace un comentario sobre “la turba” tan nuestra. Llega Cerati, toca un malambo electrónico que haría saltar a más de un gaucho. Cerati es un grande pero son las 21 y Juan propone ir al escenario exterior es hora de ver a Rinoceronce y Massive Attack. El primero nos mueve hasta terminar, me vuelvo a sentar, miro, pasan Cerati, Débora del Corral, marcianos, borrachos y desmayados llevados por alguien. La noche tiene luna como al principio tuvo un atardecer de nubes incandescentemente naranjas de sol que muere. Me traen comida, una hamburguesa de lagarto común. No hablamos mucho, no es necesario, que podemos decir, nada, absolutamente nada, bailamos, bailamos y viene un ataque masivo de música de un conjunto que a cada canción cambia los artistas, uno saluda a Maradona y habla contra la guerra, otros saludan emocionados de ser recibidos multitudinariamente en ese inhóspito lugar que alguna vez escucharon, por una guerra de un dictador sudamericano contra una isla de ciudadanos de segunda de la Corona y la Tatcher.

Me hubiese gustado cantar algo como es nuestra costumbre pero me amoldo y sólo aplaudo, grito y bailo, lástima no se llevaron algo característico de nuestros recitales.

Vuelvo, miro por la ventana del colectivo por el que la ciudad me exhala, una autopista la corta, duermo.

El caserío de mi aldea me despierta. En la cena charlaré sobre regionalización con el padre de mi chica, del monstruo que es Buenos Aires. Pero en mi cabeza sólo suena algo en algún lugar del que todavía no vuelvo.



(1) Llamo elites culturales a esos sectores que tienen el poder adquisitivo necesario para consumir cultura. Cuando me refiero a elite no tiene relación con vanguardia ya que si bien en algún punto haya conjunción, las vanguardias culturales pueden aflorar desde lo popular y desde submundos de alcantarillas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

estuve en ese festival, estuvo bárbaro